Mi Jesús, sólo Tú sabes cuándo es el último día; para nosotros estas palabras nos traen nostalgia, porque siempre la relacionamos con una despedida: ante un encuentro fraternal, ante un viaje que disfrutamos, ante un enfermo que se está despidiendo porque presiente que es su último día, sentimos tristeza; pero Tú que todo lo transformas en nueva esperanza nos dices: “y yo lo resucitaré en el último día. Porque todo después de un final trae nuevas enseñanzas; entonces ya no es tristeza, ya no es dolor, ya no es el fin, empieza la felicidad verdadera.
Es el encontrarnos contigo cara a cara, reconocer tu grandeza; la belleza de tu corazón estará allí abierta en toda su dimensión, alcanzaremos a extasiarnos en lo más profundo de tu misericordia, esta misericordia que tanto anhelamos aquí en la tierra; la veremos, la tocaremos, la sentiremos, nos podremos sumergir en ese rio de agua viva que calma la sed, que da paz y perfuma nuestro espíritu con los suaves olores más enriquecedores que deleitan el alma, para vivir en las eternas moradas y de allí no vamos a querer salir jamás.
Es el lugar del encuentro con la verdadera felicidad, “donde la polilla no corrompe, el ladrón no entra para robar” (Mt.6,20) la alegría es verdadera y todos somos hermanos; sin egoísmo, sin discriminación ni presunción. Esta alegría y gozo del cielo lo vivimos cada vez que celebramos el gran misterio del amor, donde te has donado para siempre y nos anticipas un pedacito de lo que viviremos el día de la resurrección.
Eres el pan bajado del cielo, el pan de la vida, el que nos deleita al contemplar tu grandeza en tu Sacratísimo Sacramento, el que se abaja para dignificar nuestra pequeñez, para enriquecer nuestra pobreza, para llamarnos hijos y decirnos que no estamos solos, que Tú estás allí, esperándonos para saciar nuestra hambre, consolarnos en los momentos de dolor y entregarte una vez más; Eres el que nos hace profundizar en nuestro modo de vivir y darnos cuenta que sólo con disponibilidad y abandono total, obtendremos las delicias prometidas del cielo, pues; sólo un alma capaz de purificarse puede ver la gloria prometida anticipadamente en cada Eucaristía.
Señor hoy me invitas a preguntarme: ¿Me estoy preparando para cuando llegue el momento de un encuentro definitivo contigo? ¿Qué debo hacer para que ese día no me sea extraña tu llamada?
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Dios te bendiga