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Y yo lo resucitaré el último día Jn. 6, 41-51

  Mi Jesús, sólo Tú sabes cuándo es el último día; para nosotros estas palabras nos traen nostalgia, porque siempre la relacionamos con una despedida: ante un encuentro fraternal, ante un viaje que disfrutamos, ante un enfermo que se está despidiendo porque presiente que es su último día, sentimos tristeza; pero Tú que todo lo transformas en nueva esperanza nos dices: “y yo lo resucitaré en el último día. Porque todo después de un final trae nuevas enseñanzas; entonces ya no es tristeza, ya no es dolor, ya no es el fin, empieza la felicidad verdadera. Es el encontrarnos contigo cara a cara, reconocer tu grandeza; la belleza de tu corazón estará allí abierta en toda su dimensión, alcanzaremos a extasiarnos en lo más profundo de tu misericordia, esta misericordia que tanto anhelamos aquí en la tierra; la veremos, la tocaremos, la sentiremos, nos podremos sumergir en ese rio de agua viva que calma la sed, que da paz y perfuma nuestro espíritu con los suaves olores más enriquecedores que

“Señor, danos siempre de ese pan” Jn. 6, 24-35

Señor, eres la luz indeficiente, el sol sin ocaso, el aire que no tiene fin, en un pequeño pan te has quedado para que nosotros podamos percibir tu dulce presencia_ que sigilosamente logramos sentir; contemplarte gustosamente en el sagrario y nuestra hambre y sed saciar_ de alimento eterno que en esta tierra no se logra adquirir. Nuestro espíritu lo satisfaces colmándolo con tu amor divino y entrega dadivosa para que en paz en medio de las luchas podamos vivir. Tú sabes cuanta necesidad tenemos de encontrarnos contigo mi Dios, dejarnos mirar por ti con esos ojos que son capaces de penetrar las ventanas del alma y descubrir lo que guarda el interior; que no es más que el ardiente deseo del encuentro con el Supremo Autor de nuestras vidas, que es digno de escudriñar lo más profundo de nuestro ser, para calmar el hambre que no solo es corporal, sino espiritual también, aquella necesidad profunda de entender que eres pan que das vida, que satisfaces el corazón y que es sublime e infini

Y los repartió a los que estaban sentados. Jn. 6, 1-15

  Glorioso Hijo de Dios, que subes a la montaña e invitas a tus discípulos a vivir la experiencia de una íntima y sublime comunicación con el Padre, donde Él se revela en ti con toda su Omnipotencia divina para extasiar el espíritu y llenarlo de sabiduría y gracia; solo un alma que se aquieta, se sosiega y se dispone a deleitarse de las atenciones de su servidor. El Padre como gran Señor, que es la propia herencia de humildad se rebaja a nosotros, para recompensar el corazón que está abierto a llenarse de sus enseñanzas y lo hace a través de Ti amado Salvador. Tú Jesús, como buen hermano te igualas entre nosotros y nos compartes la experiencia de encontrarte con el Padre; levantas los ojos y le dices: “aquí están a quienes me has confiado”; con entrega generosa y compasiva ves a la multitud que te busca para encontrar regocijo y   satisfacer el hambre con tu Palabra; por eso nos mandas a todos los que deseamos seguirte, a sentarnos, para repartirnos el pan de la verdad, de la justi